Place d'anvers - Zandomeneghi
Te hablaré una
vez más, Miralles, de esa otra cara de la amorosa ternura, gratamente
encontradiza, que con frecuencia contemplo y de la que tanto respiran mis días.
Porque a veces el amor se nos insinúa de un modo extraordinariamente sutil;
parece viajar dulcemente aturdido en los labios, en la mirada, en el gesto de
quien menos sospecha uno, hasta que, de repente, se lo topa. Amor, digo, que es
un amor de paso, que no estaciona; desocupado y transeúnte, trotamundos si me
apuras. Amor de tren con el mismo destino que tomé para mí, amor de sucursal,
al otro lado de una ventanilla cualquiera, amor de compartir la cola de un
estreno, cuando comienzan a caer las primeras gotas del chaparrón, amor de un dime
cuánto te pongo, que hoy están bien ricas estas fresas.
Hay ocasiones en
que este amor del que te escribo, de vocación anónima y desprendida, viaja de
incógnito a nuestro lado, mientras a nosotros parece que nos vaya la vida en
tales o cuales usuales urgencias. Diría que lo suyo, lo de este amor que nada
exige, es colarse inadvertido; que es un amor que acaricia y besa con la
mirada, el buenas tardes de sonrisa, un perdona por el ligero golpe; por
Dios, si sólo ha sido un roce...
Por esto te
digo, Miralles, que fue bendita la hora en que el amor se hizo vagabundo para
representarse en los rostros que se deslizan a mi lado, como los fotogramas en
la cinta de una película que voy pasando lentamente con las manos. Cada vez que
cruzo mi sonrisa con el amor del que te hablo, no puedo por menos que intentar
ser su humilde espejo, un azogue en el que vea retribuida su rebosante
humanidad. Porque el amor que estos rostros me regalan es tan fugaz como
genuino, no se tasa y va sin vueltas, da contento, serenidad, produce una
agradable sensación de paz, invita a la sonrisa y a veces hasta me causa un
ligero y grato cosquilleo en el alma...
Y aunque, una vez franqueado, de este amor
sólo retenga una imprecisa imagen del gesto que lo bosquejó, el dulce eco de su
voz que peregrina se pierde, una cierta indefinición del momento en que fue, a
pesar de esto, Miralles, algo del amor desprendido germina en mí y, por efímero
que haya sido, crece y prospera en la cuneta por donde transito, como la brizna
de ese hierbajo, apenas advertido, que embellece el paisaje de mi camino.